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sábado, 21 de junio de 2008

Franqueza: una locura del espíritu


Hablar de ser franco, por lo menos en este país hace más de treinta años, era interpretado y contestado, según quién, con un: —deja, deja, con uno tenemos bastante.
Los tiempos cambian, las sociedades evolucionan. Aunque ya no se ve a nadie saltar a la comba o mover el hoola hop, los niños siguen siendo niños y los mayores, mayores.
Nuestros mayores y sus antecesores han construido casi desde la nada un paraíso sobre el maravilloso mundo en donde vivimos. Lo que hoy está, ellos tienen imágenes en su memoria de cómo se inició. La banda de música que hoy lleva 50 años existiendo, comenzó desde la precariedad de medios y gracias a la voluntad e ilusión de unos pocos, creo ese espacio cultural, tan necesario y relevante para todos.
Vivimos el fruto de fuertes raíces y semillas plantadas con mucho amor...
Nuestros mayores también vivían la ley de oferta y demanda pero casi, aún recuerdan que antes de ella estaba medio implementado en sus vidas el trueque, impulsado básicamente por el amor y el respeto que sentían. Compartir no era magia de unos pocos.
Creo que todos hemos escuchado de algún mayor la expresión de asombro de cómo han cambiado las cosas tanto. Creo que tal expresión y asombro no iba acompañado de alegría sino de la franqueza del aviso ante el camino escogido (que hoy se llama votado), y dicho desde esa voz de la experiencia. Una experiencia que en la actualidad parece relegada como algo consumado y caduco. Una franqueza que ha sido perfil de muchos desde el pensar hasta el vivir.
Ahora puede que haya franqueza, quizás la misma, pero ¡muchos más intereses! La balanza no está equilibrada. Puede que hayan los mismos valores en el ser humano, ¡pero canta más que no están siendo vividos en el cotidiano quehacer!
Hay quien dice que antes, por la carencia o ausencia de medios de comunicación, no se sabían tantas cosas como hoy, pero que también ocurrían. Cierto será, pues con manifiesta ironía me atrevo a decir que gracias a los medios de comunicación estamos muy informados... Seguramente sabemos más de la vida que el agricultor en su bancal, que éste era parte de su vida y allí la pasaba. Sabiendo desde su intuición el tiempo cuando iba a cambiar. Conociendo el rostro de cada tronco de cada árbol y, por la tonalidad, se atrevía a vaticinar cómo iría ese año la cosecha. Había un observar desde lo natural a lo natural.
¡Y mira que es viejo el cuento de la lechera! Pero creo que se puede ver en la actualidad de casi cualquier medio. Parece que tomamos cada día un vaso de presente de esa leche y de ahí, salimos todavía con el pensamiento lleno, como el cántaro del cuento.
Antes se conocía la violencia, como lo bueno y lo malo. Habían dogmas de fe, monjas de clausura y televisión en blanco y negro. ¿Quién recuerda la radio con sólo la onda media?
Ahora lo más corto que tenemos es el espacio entre el brazo y el mando a distancia...
Antes también existía el retorcimiento, pero tal doblez no se fabricaba como ahora casi todo: en plan industrial. Sin embargo la franqueza no se vende, pero tampoco se valora. Ocurre así con lo que tenemos, por valorar siempre aquello que no.
Incluso el ser ingenuo tiene la suerte de ir con el culo al aire porque quiere, pero la desgracia de que todos lo ven y tientan su suerte, sólo por ser franqueza...
La inocencia de un niño es también como la de un mayor. Uno tiene la mente aún vacía de toda estructura y el otro la experiencia nacida en una sociedad menos llena de cántaros y más llena de valores.
Los mayores, producto de su época, además de trabajar vivían a su manera. Tenían su domingo de ir a la iglesia, la confesión de sus pecados y las fiestas de guardar o los viernes de Cuaresma sin poder comer carne. Nosotros, valientes traductores de la vida, nos damos cuenta de la pequeñez de ese encierro, y, sin embargo, hacemos uno mayor dictado por un sistema que tiene toda la paciencia del mundo pues, desde tiempos feudales, sabe mantener el castillo y los vasallos ¡simplemente llamando empresa al castillo y trabajador al vasallo!
Nuestros mayores y sus antecesores directos y más allá, no pagaban "el tributo que no se ve" por su libertad. No tenían medios, quizás tampoco en según qué regímenes podían juntarse más de cinco a conversar, pero, veían la savia de un árbol y sentían que éste lloraba. Nosotros vivimos inmersos en la burbuja del conocimiento y la tecnología, junto con nuestra forma de divertimiento y expansión, pero olvidando la razón de la franqueza, la verdadera locura que expresa el espíritu cuando en silencio, clama al cielo casi con desesperación, pretendiendo gritar pero sabiendo que el bullicio exterior es superior...
La mejor reflexión quizás no viene de comparar, pues somos franqueza tanto como amor. La cuestión no estriba en lo que somos, sino en dónde está lo que somos.

Emig

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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien, simplemente bien. No hay desperdicio en tu escrito. me gusta le lechuga que pones entre las coles. saludos

María dijo...

La verdad es que los tiempos han cambiado muchísimo, y si levantaran nuestros abuelos la cabeza y vieran la evolución de todo tipo durante todos estos años, y, más, concretamente, en cuanto a tecnología se refiere, no sé si se asustarían o al contrario sería una grata sensación para ellos el que lo pudieran vivir y disfrutar como lo estamos haciendo nosotros.

¡Fíjate! en estos momentos mi mente ha retrocedido en el tiempo y se me está viniendo a la mente cuando yo era una niña, y recuerdo a mi abuela la cara que ponía ella de felicidad cuando estaba viendo la televisión, incluso, saludaba a las personas que salían en pantalla pensando ella que la veían jajaja, es un recuerdo muy dulce que tengo de ella y que lo tengo muy grabado dentro de mí.

Los tiempos han cambiado de forma exagerada, yo recuerdo mi niñez que me pasaba todo el día jugando a los juegos tradiciones como la comba, los bonis, las tabas, la goma, la semana, el escondite, la gallinita ciega etc, etc, ¡qué tiempos más preciados! en cambio, ahora veo a los niños que están todo el santo día con las maquinitas como la nintendo, la wi, el pc, etc.

Todo avanza, todo evoluciona, y debemos moldearnos según vienen los tiempos, eso está claro, para lo cual, será que tendrá que ser así ¿verdad?.

Tu escrito, me ha encantado, y desde mi locura de espíritu te mando un beso.

Ada dijo...

A mí me ha pasado igual que a María. Me recuerdo sentada horas y horas escuchando las historias que mi abuela me contaba. Ella sabía del valor de las palabras honestas y de la paciencia, y del esfuerzo y de tantas cosas que ya hemos olvidado...
Mi beso.

Emig dijo...

El comentario de tu abuela es tierno y maravilloso. Me ha hecho sonreír un buen rato. Tus recuerdos de la niñez, ya ves, hablamos de ella como si tuviéramos muchos más años...
Supongo que todo cambio a mejor es positivo. Pero resulta muy lamentable que el montaje de bienestar no sirve para todos, pues sólo una tercera parte de la sociedad está como nosotros y eso es triste... Si de tres partes, una, es la beneficiada, la balanza no es nada alentadora e incluso a la vista está dónde se encuentra esa pequeña parte donde estamos, quizás perdida aunque llena de... necesidades.
Aún así, la vida continua y si desde cada cual ponemos nuestro granito, el curso de las circunstancias y situaciones puede cambiar. Nos toca sembrar, así lo veo.
Me has recordado viendo de pequeño los toros con mi abuelo. No me han gustado nunca, pero a él le encantaba que lo acompañara alguien y verlos en la TV.

Preciosas palabras, María. Tu aportación, resulta muy bienvenida siempre... incluso esperada.

Un beso

Emig dijo...

Y supongo que recordarlas, Ada, no es más que abrir el grifo del corazón y que vuelva a formar parte de la cotidianeidad esa honestidad, paciencia y demás valores...

Un beso