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lunes, 24 de julio de 2023

Para la luminaria escrita en el corazón


(Imagen Amber Maitrejean)



Ya ves que la imagen habla por sí sola. ¿Alguna vez has percibido que quien observa también es observado? Seguro que sí...

Porque una mirada algo dice, y cuando nace del interior algo evoca. ¿Una flor no mira con su perfume?

Lo que llamamos inanimado nos anuncia algo que tenemos que encontrar aun caminando a tientas. Así es como lo hacen los niños pequeños cuando empiezan a moverse por sí mismos.

Lo aparentemente inanimado en un ser aparece cuando está en silencio. Bendita quietud que evoca el sosiego. Una persona observada en silencio es como esa luz sonrosada que precede a la salida del sol. 

Es cualquier instante de conciencia cuando se descubre el silencio y se abraza sin necesidad de pensar el movimiento.

Una imagen así insinúa mirarla hasta sentir la propia respiración. Una cercanía que resulta extraña a muchos porque el ruido ya forma parte del decorado en casi cualquier compendio. Y esto aleja la percepción del templo interior.

«Buscamos fuera lo que llevamos dentro». Siempre es para mí una importante máxima. 

Cuando lo externo sacude el lienzo donde estamos pincelando, algo surge que disgusta. Pero, cuando un camino nuevo aparece, la atención se perpetua en ese sendero, en la persona, en la mujer y en las iniciativas que sugiere el corazón junto con todas las ideas de la mente. Entonces, el batiburrillo está servido salvo que ningún viento mueva ninguna hoja, y se pueda apreciar la claridad surgida del firmamento.

Lo silente evoca el anhelo, lo que nace no se piensa; aparece como un despertador que acompasa el ritmo del alma.

La luminaria así amanece cuando el sentido naciente es reconocido cual sencilla aurora.

Me pregunto todavía si el silencio es también la voz del alma.

La luciérnaga se descubre con su luz; así es el alborear de la belleza.

Nada se oculta a la mirada que no busca pero sabe reconocer. El atrevimiento es merecedor de la pausa que lo acompaña.

Parece una conjunción que sucede en el cosmos, y repercute en los planetas e incide por analogía en lo diminuto. 

Eso que el ser humano llama personal no es más que la manifestación del vehículo que aprende a vivir lo fraterno, latente en el corazón.

Despertar lo adormecido es una forma de participar en la música de las esferas.



























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