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jueves, 22 de octubre de 2009

Cincel


Nada que queramos en la forma está dentro. Nada que escuchemos en la forma es una verdad inmutable. La forma tiene que ser el guante del alma. Pero para ello la forma debe permanecer en silencio. De no ser así, la realidad nunca superará la ficción.

Perderse en la forma es fácil. Y lo es porque hemos perdido el monje y solamente nos vestimos el hábito. Un hábito repleto de necesidades, ansiedades, preguntas, agobios, círculos cerrados de rutinas opacas y transeúntes fantasías. Diana perfecta que el paso del tiempo define en un juego de dardos...


Señores seres humanos: El norte está perdido si la brújula interior no es reconocida. Esencia perdida; adormecida de tanto laurel y escarcha, cual otoño que no termina, ¿acaso es la vida solamente emoción y perfidia?


Nos es ingrato hasta el silencio más casual; los sentidos tienen que moverse al son del egregor de turno, con pata de palo cual pirata nos aborda y dejamos entrar e invitamos a cenar. Ciegos estamos, ausentes somos mientras el cuchicheo interminable de la mente, la emoción y las vanas palabras resuenan tan cerca. Tan solo hay que mirar dentro, escuchar el silencio soberano, cuya flamígera luz descubre lo pesado y alienta lo sutil.


Callada armonía somos; de ser así, todavía el ser humano está por descubrir. Reinventar, mascullar, maldecir, temer... Olvidado está el deber de amar... ¿desde el corazón? ¿con la mente quieta? ¿sin intención? Latir y vivir va siendo desde que nacemos un hecho, más el ser humano lo traducimos y convertimos en necesidad, ocio, tempestad...


Estaciones naturales convertidas en encuentros dogmáticos llamados tradición. ¿Cómo vislumbrar el horizonte con tanto lastre? Nos ha engañado la ciencia y llamamos conciencia a la emoción; craso error hacia la perdición. Pues la luz no viene de la forma como el perfume no lo hace la flor. Lo esencial es invisible a los ojos ¿recuerdas? Mil caras, ¿cuántos ojos llevan?
Y las vestimos cada día, cual hábito de monje, pero olvidamos el monje...

El susurro interior; así se define desde fuera. Quien lo conoce no lo llama así; lo llama vida y lo camina con verdadera paz. Quien lo conoce no tiene llaves porque no hay puertas; quien lo conoce sólo lleva el cincel y se esculpe así mismo con verdadera paz. Quien lo conoce no busca sentidos, pues lleva puesto el suyo propio; y entiende la Naturaleza más allá del color y el perfume de la forma, porque quien lo conoce forma parte consciente de la Creación que es el Todo donde vivimos y tenemos nuestro ser.

Allá donde anida la magia verdadera que no depende de ninguna decisión porque vive su Ley, el caminante no se turba alicaído. Vive asertivo, efectivo y con sazón lo que dicta su corazón...


Emig




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