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miércoles, 23 de septiembre de 2009

EL TRANSISTOR

—Ya no funciona este transistor —dijo alguien.

—No importa, ya compraremos otro cualquier día —respondió otra voz.

Así que, apagado y desconectado de la luz quedó un transistor…


Érase una vez un transistor, que al principio no sabía lo que era, y sólo empezó a saberlo cuando sobre él se preguntó. Primero tuvo que dejar de pensar y sentir para darse cuenta de lo lleno que estaba de pensamientos y sentimientos dentro de sí.



—¡Claro! —pensó, de todas las emisoras que he sintonizado me he guardado algo de ellas dentro de mí, y me siento mareado y confundido...


Aprovechando la confusión y que estaba desenchufado, pensó hacerse una profunda auto-revisión. Le asustó el mero pensamiento de hacer algo tan nuevo…



Ardua tarea esta de revisarse y vaciarse a uno mismo sin poder distinguir entre lo que uno es y lo que se guardó de todas las sintonías hechas.




Aun así, el viejo transistor no cejó en su empeño. Quería volver a funcionar e iba a saber qué le pasaba. Gracias a estar apagado sintió algo sólo imaginado: silencio. A partir de ahí, observó simplemente…




Se daba cuenta de las personas a su alr
ededor, y que éstas hablaban, reían, lloraban... Gracias al estado de silencio decidido, apreció un importante detalle sobre sí mismo, y es que por el tiempo se había hecho a esas personas, a ese entorno, creyéndose a veces uno de ellos, cuando sólo formaba una pequeña parte. Se veía en esos instantes de reflexión viviendo una crisis de identidad, porque se daba cuenta de que había perdido el rumbo que marca la esencia y propósito real de su existencia.



El transistor continuó su búsqueda alentada desde el silencio. Veía que a veces los demás pasaban por su lado y lo miraban con desazón. Pensaba que todos esperaban de él lo mismo de siempre, pero no se daban cuenta del porqué real estaba así. Ni él mismo sabía explicarlo. Esto, en momentos le hacía sentir solo. Se planteaba muy tentadoramente el volver a ser lo que era. Auto-enchufarse y volver a sonar. Casi lo necesitaba, pero la voluntad de seguir en silencio le hizo ver que estaba en el camino correcto, y que tal sendero, necesariamente, llevaría a algún lugar.



El silencio que se propuso le hizo notar mucho m
ás todo lo que en él había. En momentos que se preciaban largos sentía y escuchaba ecos de retazos de programas del pasado; músicas, comentarios de toda índole que cuando él funcionaba como transistor había sintonizado. Lo sorprendente es que el silencio fue una decisión preliminar que le hizo comprobar que no conocía el silencio verdaderamente. ¡Cuántas cosas habían dentro de él, vivas!



—¿Estaré loco? —se preguntaba. Siempre h
e estado aquí, y todo esto me ha pasado desapercibido.



Cuando no había nadie en la habitación podía estar más tranquilo y ordenar más sus ideas. Al no ver ninguna cara con el deseo de conectarlo, por una parte sentía soledad, por otra veía un horizonte famélico; pero siguió en su empeño de llegar más allá de todo esto.

 Pasaron los días, las semanas y los meses, y progresivamente se sintió más claro para pensar, y esto le indujo a vivir lo que para él fueron sus mejores conversaciones consigo mismo:



—Fíjate —se decía— mi misión es sintonizar fre
cuencias y emitir limpiamente lo que dicen. Mas no he estado haciendo esto solamente, porque muchas de esas emisiones me las quedaba, entorpeciendo esto la función de mi antena. Creo que soy el primer transistor que ha creado su propia personalidad, y esto ha hecho que emborrone el propósito de mi vida.

—Deberé entender mi personalidad; pues no creo que esto haya surgido para obstaculizarme…



—Ya veo más claro —pensaba y sonreía— siento como los humanos, pienso como los humanos, deseo como los humanos. Y todo esto se ha ido acumulando afectándome y alejándome de mi función principal. De ahí que llegara un momento que no me llegaran bien las ondas, y no respondía con certeza cuando movían mi dial.




—Alguien, antes de apagarme por defectuoso, dijo que estaba ya viejo y había perdido el sentido de las ondas. Ahora que me veo, pienso que puedo ser mayor, pero nunca viejo, y además, nadie me ha estropeado sino yo mismo.

 El transistor, gracias a ir ordenando sus pensamientos, comprobó definitivamente que
tenía personalidad como los humanos. Pensaba, deseaba y razonaba como ellos; pero se daba cuenta de que no era el mismo de antes; que incluso podía ser “mejor persona” que algunos humanos que ha visto, simplemente porque él ha decidido limpiarse de todo pasado, de toda sensación y pensamiento. Ya no almacenará nada más. Será solamente un transistor haciendo una doble función:



Por una parte, cumpliendo su cometido de tra
nsistor sintonizando aquello que le señala el dial. 
Por otra, cuando nadie le pide nada, él, con su nueva y reconocida personalidad, buscará aquellas señales de radio que más le gusten, y encontrará así el camino al encuentro de su propia afinidad.



Con ello, este transistor se hizo sabio, pues las reflexiones precedieron a comprender su función en la vida: sentirse libre cumpliendo su cometido y sentirse libre escuchando, aprendiendo y viviendo lo afín que hay en cada ser.



Por todo ello este transistor se hizo sabio; además de sintonizar gran cantidad de emisoras, observaba y escuchaba a los seres humanos de su entorno, y de todo ello aprendía. De este aprender surgió un buen día la necesidad de convertirse en algo más funcional.



El viejo transistor se tiró y se compró un nuevo aparato, esta vez con radio y cassette. No obstante nada perdió el transistor de sí, por
que su conciencia estaba en esta nueva forma más moderna, con más opciones... Se sentía privilegiado de tener ese “nuevo cuerpo”. Pensaba que se lo había ganado, aunque lo suyo le había costado.



Qué tranquilo estaba, ¡solo porque no pensaba! Él hacía simplemente de caudal, como lo hace el de un río por el que pasa el agua y éste no se queda ninguna gota de ella. Así mismo hacía el transistor convertido a radio-cassette, el cual dejaba pasar todo por él, manteniéndose limpio siempre, y así todo acorde al directo sin distorsión. La sensación de armonía hacía bello a “un simple aparato”.



Además de sus tareas de siempre, él, desde su conciencia, se puso a investigar las nuevas características: 

Observó que ahora tenía dos altavoces, con lo cual era stereo. La música sonaba mucho mejor así, y ambos canales servían para que ciertos sonidos de las notas apareciesen como más reales, como más envolventes. Se dio cuenta de que la lucecita del stereo se encendía cuando una emisora emitía así. Y para este tipo de emisión, debía estar él más dispuesto, porque necesitaba de mayor atención para la sintonía y propiciar así una mejor recepción. Así lo hizo y así de feliz estaba...



Siguió con sus pesquisas; esta vez con una parte que para él era toda una novedad: el cassette.



Ahí, gracias a la profundidad del discernimiento adquirido, se dio cuenta de algo importante: y es que esto de poder grabar cualquier cosa en esa cinta de cassette, hace que la mente no sea necesaria para retener más que lo imprescindible. Le recordó este pensamiento a cuando como transistor, finalmente se estropeó y solo él supo el porqué...



Ahora, este aparato stereo con cassette incorporado era verdaderamente libre porque partía de él. Hacía de puente entre el emisor y el receptor, pero lo hacía bien porque entendió que él era una conciencia. Sí, eso que los humanos buscan tan afanosamente pero no llegan a descubrir casi nunca. A partir de cuando sospechó de lo que era, fue cuando se dedicó a descubrir más allá de esa personalidad que el tiempo había creado, y que él mismo pensaba como la única verdad del sentido de su existencia. Solo así comenzó la eterna aventura fuera de la rueda del infortunio…


Emig


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