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lunes, 18 de febrero de 2013

Inmanencia: unión esencial e inseparable por naturaleza.

Erase una vez alguien de este planeta que, como muchos, creía en el firmamento. ¡Habrá vida! —afirmaba. Para contemplarlo salía de su casa, buscaba un buen descampado dentro de un parque solitario,  alejado de luces artificiales y se tumbaba muchas noches de verano a contemplar lo que él denominaba "su firmamento". Encontró una estrella entre todas. Primero, hace muchos años la soñaba, más adelante se acercaba a algunas que se parecían a sus sueños; —pero no son, —se decía. Y seguía mirando, profundizando con su mirada lo que para muchos era un cielo oscuro y simplemente lleno de estrellas.
—¡Habrá vida!



Aprovechó un 11 de febrero para conversar con una. Él había aprendido a hablar con ellas. Nadie le preguntaba nada cuando lo veía absorta su mirada en lo alto, observando; se diría que además de observar también amaba.
—¿Acaso soy una estrella? —se preguntaba. Ellas son libres y no merecen quedar encerradas. Yo estoy aquí, no sólo no puedo volar sino que cualquier estrella está muy lejana.

No fue testarudez ni tampoco atrevimiento. Pero conoció a una estrella por su constancia.
—¿Hay muchas y te fijas en mí?
—No te ve visto sino que te he sentido.
—¿No duermes por las noches en vez de mirarme?
—Dormir es también para soñar ¿verdad?, aquí tengo el sueño directamente en mi cara.
La estrella sonrió.
—Las estrellas no se pueden sentir fácilmente ¿quién te enseño?
—Nadie que aún conozcas, porque apenas hemos hablado y no me conoces. Aprendo solo cuando cierro los ojos y en vez de mirar lo que todos siento la inmanencia en mí y me dejo llevar.
—Buena palabra, no la conocía pero así es como sentimos las estrellas; por eso formamos parte del firmamento, es nuestra responsabilidad que no quede vacío de nuestras pequeñas luces.
—Me gusta que sientas la inmanencia; no es corriente que nadie nos pueda hablar y aún menos reconocer nuestro lenguaje.
—No lo conozco en realidad, pero al sentirlo lo hablo y entiendo.
La noche era cálida ese día de verano; aparentemente la noche es sibilina y oculta la mayoría de los detalles. Este observador de estrellas tuvo la suerte de poder conversar con una.
—Resultas curioso incluso a la vista de una estrella, conozco mucho del firmamento pero tú eres nuevo para mí.
—Lo soy hasta para mí. No viajo al firmamento porque nadie me ha enseñado. Me perdí mucho creyendo que era lejano, incluso pensé que inaccesible.
—No lo es; yo te lo explicaré alguna noche... has sabido sentir la caricia de una estrella, has bebido un néctar que es más de diosa que de mujer, —dijo la estrella.
—¿Por qué a veces se os ve como estrellas fugaces?
—Nuestro cometido no se entiende desde donde estás. Aunque parecemos quietas, en realidad necesitamos del movimiento; el universo está siempre moviéndose...
—Ah! qué curioso! Me resulta familiar lo que dices...
—Quizás más cosas te resulten así. Lo que somos nadie lo sabe con certeza. Hablaremos a partir de hoy, pero recuerda, soy una estrella y en cualquier momento puedo desaparecer.
—Apuntaré todo lo que me digas, recordaré tu luz. Tienes mi amor, estrella. Porque lo importante de la búsqueda no es quedarse con el tesoro sino reconocerlo.
—No es del todo así... quien recibe el amor de una estrella lo tiene para siempre.
—Entonces aprenderé a vivir con él y no contigo.
—Entonces, —dijo la estrella, aprenderás a vivir con él y será como si estuvieras conmigo.

Pronto sería el alba... el cielo iba aclarándose lentamente. El humano incansable buscador de su esencia encontró en el cielo algo que él llevaba dentro de sí desde siempre... La estrella desapareció y él descubrió la mejor sonrisa en su cara, la que sucede cuando surge del corazón.

Anduvo por el parque aquel, sin árboles pero con muchos bancos... y agradeció que la libertad del universo le acercó algo que vivió como inseparable, pero lo reconoció así por ver y sentir por primera vez que no estaba completo hasta ese día. Caminó despacio, siguió enfrascado en sus pensamientos, pero liberó la mente de ellos y volvió a sonreír lo que vivió: para todos contaba que miraba las estrellas; para él quedó ese presente grabado en su corazón, y pensó que alguien era por tamaña oportunidad de casi tocar el firmamento... un momento...
—Te amaré, porque así nunca te olvidaré, —resolvió desde su corazón.



Emig



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1 comentario:

Anónimo dijo...

Que nada destroce ese firmamento, si hay algo que se merece cualquier ser humano es sentir lo que escribes y vivirlo junto con esa estrella que nombras